La mayoría de las parejas atraviesan varias crisis a lo largo de la relación. Las personas cambian con el tiempo, así como sus necesidades, sus deseos y sus sentimientos. Cuando se está en crisis, la angustia, la confusión y los afectos contradictorios pueden ser muy intensos. Y no es sencillo decidir si hay que poner punto y final a la relación. Los motivos más habituales de las crisis son la incompatibilidad de caracteres y los problemas sexuales. Cuando los miembros de la pareja no se entienden, cuando no consiguen crear en su relación un espacio común satisfactorio, son normales las fricciones. En cuanto a los problemas sexuales, la crisis no viene tanto por la falta de sexo, sino por las consecuencias de la falta de sexo. Otra de las causas frecuentes de una crisis es la infidelidad, quizás la situación más amenazante para la continuidad de una relación de pareja al tener que enfrentarse al hecho de que la pareja pueda sentir deseos hacia otras personas. Por último, un motivo más de crisis son los problemas de comunicación. Muchas personas no saben comunicarse ni con sus hijos, ni con sus amigos, ni con sus compañeros de trabajo. Y una pareja es una relación muy estrecha e íntima, como para que pueda sobrevivir con esta carencia. Cuando una pareja está en crisis, el sufrimiento emocional puede ser muy intenso. Cuesta pensar con claridad. Cuesta discernir hasta qué punto vale la pena continuar o no. Es difícil decidir cuándo hay que poner punto y final a una relación de pareja. Sin embargo, cuando la otra persona deja de ser un aliado en tu vida para convertirse en una fuente de insatisfacción, hay que plantearse de manera muy seria la ruptura. Como es lógico, el principal motivo para romper es el fin del amor. Pero no siempre es sencillo distinguir entre el amor u otros sentimientos, como la compasión hacia la otra persona, el cariño o la amistad. Porque no siempre el amor es lo que une a una pareja. Para saber si hay que separarse, es conveniente tener claro los motivos que no deberían servir para mantener la relación. A veces pueden ser los hijos, el miedo a la soledad, la dependencia emocional, el miedo al qué dirán si se rompe la relación o la dependencia económica. Sin embargo, estos no deberían ser motivos suficientes para mantener una relación de pareja que no está siendo satisfactoria. En ocasiones, nada puede ayudar a salvar una relación, ni siquiera la ayuda terapéutica. Y aunque muchas personas viven el final de una pareja como un fracaso, no tiene que ser así, ya que muchas relaciones cumplen su ciclo y lo mejor es que cada uno siga su camino. No tiene sentido mantener una relación que no satisface, por los años pasados o por los hijos. El final de una relación no quiere decir que acabe la vida o que uno no podrá ser feliz de nuevo. Tras una ruptura, conviene no obsesionarse con los motivos que llevaron a ella. Es necesario darse un tiempo para aceptar la nueva situación, pero hay que tener muy claro que la vida continúa pues una ruptura de pareja puede ser la oportunidad para iniciar una nueva vida o para mejorar aspectos de uno mismo.
Fernando Bermejo.
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