
La procrastinación o la costumbre de postergar
Fernando Bermejo.
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Esta es una de las frases más frecuentes en aquellas personas que son inseguras, y por tanto indecisas ante las situaciones cotidianas de la vida.
En realidad, sí sabemos, todos sabemos tomar decisiones. Lo que sucede es que dudamos de cuál es la decisión correcta, y eso nos paraliza. Tomar una decisión es fácil, siempre que nos sintamos seguros de nosotros mismos. Pero es precisamente nuestra inseguridad la que nos impide tomar decisiones ante la vida. Y junto a ella, nuestros miedos.
Sentirnos inseguros significa no estar centrados en nosotros mismos, sino más bien pendientes de lo que pensarán los demás de nuestra decisión. Por tanto, es fácil no saber tomar una decisión cuando nos basamos en los motivos en los que otros esperan u opinan acerca de esto o lo otro.
Sentirnos seguros de nosotros mismos supone tener una buena autoestima, es decir, una buena relación con nosotros mismos, valorando quienes somos, conociendo bien nuestras virtudes y también nuestras debilidades. Tener seguridad personal supone conocernos a nosotros mismos y conocer nuestros valores y deseos ante la vida.
Cuando estamos ante varias opciones, de las cuales tenemos que tomar una decisión, en primer lugar, como hemos dicho, es importante sentirnos conectados con nosotros mismos, sabiendo quiénes somos y nuestra proyección en la vida. De tal forma, que no estaremos centrados en los demás, en lo que piensan u opinan de nuestras opciones, sino en nosotros.
Ante cualquier cambio en la vida, aparecerán miedos y éstos nos harán dudar sobre si esa decisión será la más adecuada. ¿Y quién sabe qué decisión es la mejor? La única persona que puede valorar lo que es mejor es uno mismo. Podemos equivocarnos, pero el error, inevitablemente, también puede servirnos para aportarnos aprendizaje en nuestra vida.
Además, es probable que no tomar la decisión fuese la peor opción, porque nos bloquearía en el camino, y la consecuencia de esto podría ser mucho peor que las consecuencias que nos puede deparar el camino escogido, ya que se corresponde a nuestros deseos y valores más profundos.
Fernando Bermejo.
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Buscar un psicólogo no es tarea fácil. Tienes la incertidumbre de dónde ir, a quién buscar, dónde encontrar la persona que te pueda ayudar, etc. Y sobre todo, si darás con alguien con quien sintonices, te sientas cómodo y te entienda. Y más cuando se trata de contar tus problemas a un desconocido. Pues bien, todo esto es lo que intentamos ofrecerte en el Instituto de Psicología PSICOMED, en Collado Villalba y Collado Mediano. Pensamos en ti, y queremos que te sientas entendido, en un ambiente cálido, sin sentirte extraño. Te ofrecemos la ayuda que necesitas en el lugar o en la zona en que vives, en un horario compatible con tu trabajo, familia, o demás circunstancias de tu vida. Si vives en Collado Villalba, Collado Mediano, Cercedilla, Navacerrada, Los Molinos, El Escorial, Guadarrama, Alpedrete, Becerril de la Sierra, Moralzarzal, Cerceda, etc., estamos cerca de ti. Fernando Bermejo Instituto de Psicologia PSICOMED www.psicomed.es
Querer tener razón es la enfermedad crónica de la humanidad, seguramente una de las causas que han enfrentado más a las personas, las naciones y las religiones organizadas del planeta. En demasiadas ocasiones comprobamos cómo querer imponer nuestras razones y opiniones a los demás nos cuesta caro. Tal vez logremos desautorizar las ideas de alguien, pero al final acabamos con una razón más y un amigo menos. ¿Vale la pena? Seguramente no. Sin embargo, somos adictos a «tener razón». De no ser así no serían tan frecuentes frases como: «estás equivocado», «no es verdad», «esto no es así», «no tienes razón»…
El resultado es que querer estar siempre en posesión de la verdad consume una gran cantidad de energía y tiempo que nos impide disfrutar de los demás y de la paz mental de saber que en el fondo todos tenemos nuestra propia lógica. Tener opiniones es normal, también tener gustos y preferencias, pero la libertad de opinión se convierte en una desventaja cuando las posiciones mentales impiden abrirse a nuevas perspectivas o puntos de vista que no concuerdan con las propias. Con el tiempo acumulamos opiniones, creencias, que pasan a conformar lo que llamamos identidad construida o ego. Si alguien agrede esas posesiones mentales, en realidad es como si lanzara un ataque personal, porque confundimos pensamiento e identidad. No parece sensato confundir lo que somos con lo que pensamos, pero esto no lo tienen tan claro quienes se aferran a sus creencias con desesperación. Cuando una creencia nos domina, llegamos a pensar que todo el mundo piensa, o debería pensar, lo mismo. Pero hay opiniones para todos los gustos, la diversidad construye el mundo, y aunque parezca extraño, hay personas que creen cosas muy diferentes a las que nos parecen normales. Sin duda, aquellos que no esperan que todo el mundo esté de acuerdo con ellos gozan de una mayor tranquilidad mental. El disgusto que sentimos ante las ideas que no nos son afines es proporcional al grado de apego que tenemos a las propias (o la poca disponibilidad para cambiarlas por otras). Cuanto más apego tenemos a una creencia, más disgusto sentiremos cuando nos enfrentemos a las contrarias. Es fácil deducir que no es la idea del otro lo que nos causa molestia, sino nuestro rechazo a aceptar puntos de vista diferentes. No es su creencia el problema, sino nuestra posición contraria a ella. Aceptar las ideas de otros es en realidad más sencillo de lo que parece. Basta con tener presente que aceptarlas no significa adoptarlas o validarlas (no significa estar de acuerdo). Es más bien aceptar que no entendemos a todo el mundo, ni que todo el mundo nos entenderá. Es más sencillo aceptarlos a ellos (aunque tal vez no sus ideas) porque no hacerlo complica la vida de todos. La pregunta a la que deberíamos responder antes de defender nuestra «razón» sería: ¿Es mejor tener razón a toda costa antes que ser feliz? Fernando Bermejo. ¿Necesitas Ayuda? Entra en Tu psicólogo online y Tu psicólogo al teléfono. Estamos cerca de ti.
Además de sus consecuencias más graves y directas, el coronavirus y las medidas que se han tomado con el objetivo de frenar la pandemia producen algunas consecuencias colaterales a las que también hay que prestar atención. Entre las más importantes se destacan los efectos psicológicos del encierro y el confinamiento, una situación inédita para todos nosotros.
El Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COPM) ha publicado días atrás un documento con Orientaciones para la gestión psicológica de la cuarentena por el coronavirus. A partir de estas recomendaciones, se enumeran a continuación las principales estrategias psicológicas que podemos poner en marcha para sobrellevar el confinamiento.
La situación es tan insólita y extraña que es normal que al principio cueste entenderla o creer que de verdad debemos ponernos en cuarentena, una palabra que hasta ahora nos remitía a las pestes de varios siglos atrás. Sin embargo, como explican los psicólogos de Madrid, «la realidad lamentablemente es la que es» y ahora es necesario «entender que permanecer en casa es lo más correcto, es imprescindible».
Con la cuarentena, la vida se modifica de manera sustancial. Por eso, el consejo es buscar cosas que hacer, planificar todo lo posible y no improvisar. Para quienes viven con otras personas, es importante consensuar ciertas normas, comprender las necesidades específicas de los demás y respetar espacios y tiempos diferenciados. Puede resultar útil apuntar todas las ideas de cosas para hacer en casa en los días en que no se puede salir.
Es claro que estar informados es importante, más aún en una situación como la actual. Sin embargo, hay que evitar caer en la sobrecarga informativa. El exceso de información ocasiona, por lo general, dos resultados negativos. El primero es la dificultad para diferenciar los datos veraces y confirmados, los cuales vienen difundidos en general por los canales oficiales, de los simples rumores o versiones no confirmadas. El segundo efecto nocivo es encerrarse en un laberinto de malas noticias que solo conduce a la paranoia y el desasosiego. El COPM recomienda manejarse «con prudencia y mensajes constructivos» y evitar hablar todo el tiempo de este tema «especialmente a los más pequeños».
Gracias a la tecnología, estar confinado no significa estar aislado. Teléfonos y ordenadores permiten, hoy por hoy, escribirse y conversar con otras personas, incluso viéndolas a la cara y sin importar que estén lejos, en otra ciudad u otro país. Además, hasta se pueden tender lazos con vecinos con quienes se puede conversar de balcón a balcón. Mantener el contacto y compartir información acerca de cómo están viviendo la situación resulta de gran apoyo y ayuda, siempre respetando la consigna de no alimentar inútilmente miedos e inquietudes, como se señaló en el punto anterior.
Casi todos tenemos pequeñas cuentas pendientes, es decir, actividades que queremos hacer pero para las cuales nunca encontramos tiempo. Pues bien, este puede ser el momento más oportuno. Podemos hacer actividades creativas como leer, cocinar, decorar una habitación o aprender aquello que tanto deseamos. Incluso tareas prácticas como ordenar o acometer esas reparaciones que llevaban tiempo esperando. Hacer esto no solo servirá para obtener cierta satisfacción, sino que también es una forma de que el tiempo pase más rápido y evitar el aburrimiento.
Por supuesto, la imposibilidad de salir de casa no significa en absoluto que no se pueda hacer actividad física. Existen aplicaciones y tutoriales en internet que sirven como guía para practicar deporte incluso en espacios reducidos. Los resultados son puros beneficios: divertirse, evitar los efectos físicos del sedentarismo y mejorar el humor. Las endorfinas y demás hormonas que el organismo segrega al ejercitarse ayudan a reducir los síntomas de la depresión y la ansiedad y contribuye con el bienestar general.
La cuarentena tiene la finalidad de prevenir la propagación del coronavirus, es decir, cuidar la salud de todos. Pero no se deben olvidar los cuidados que la propia salud requiere en el día a día: tomar el sol aunque sea en la ventana, mantener una dieta equilibrada, no abusar del alcohol, dormir el número de horas adecuado (ni menos, ni más) y hacerlo en los horarios correspondientes. Es también importante como exponerse a la luz natural al menos unos veinte minutos por día, no dejar de ducharse a diario, lavarse los dientes, afeitarse en el caso de los hombres, etc.
Hay que mantener la atención sobre las personas con las que uno convive. Sin obsesionarse, desde luego, pero preparados para obrar como indican las autoridades si surgiera alguna situación preocupante. Y también es importante ocuparse de los propios pensamientos y emociones y, sobre todo, de lo que se dice y el modo en que se expresa. Son momentos difíciles, en que el ánimo puede resquebrajarse, y una mala comunicación puede derivar en discusiones y momentos desagradables que solo causarán perjuicios.
No pongas fechas. Siempre plantéate que vas a volver a la normalidad en más tiempo del previsto. Si te mentalizas en que todo acaba el 1 de abril, y luego se alarga al 5, esos cuatro días son un infierno. A la contra, no sucede. Si te mentalizas en que vuelves a la normalidad el 5, y al final todo acaba el 3, esos días son un regalo. Aceptemos que llevará su tiempo volver a la normalidad, y que no hay fecha para que esto ocurra.
Si bien ya se ha destacado la importancia de no descuidar otros aspectos de la salud, requiere una especial atención la salud emocional. Estos son consejos o estrategias para sobrellevar el encierro obligado por la cuarentena, que sin duda son muy útiles. Pero si alguien detecta -en sí mismo o en alguna de las personas con las que convive- señales de estrés o ansiedad importantes, debe buscar el apoyo de un psicólogo.
Fernando Bermejo.
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Quien cree que cometer errores equivale a fracasar, olvida que las equivocaciones forman parte fundamental de todo aprendizaje. Además, niega la posibilidad de reparar aquello que siente como una asignatura pendiente y que tal vez pueda solucionarse, siempre y cuando se haga para mejorar el presente y no con la intención de reparar el pasado. «Si hubiese hecho, si hubiese dicho, si me hubiese comportado de otra manera o hubiera optado por la otra opción»… Echamos la vista atrás y nos culpabilizamos por acciones de nuestro pasado y pensamos que ahora pagamos las consecuencias. También achacamos lo que no nos gusta del presente a situaciones desfavorables que nos tocó vivir. Concluimos entonces que, si pudiéramos, cambiaríamos algunos capítulos de nuestra vida porque son culpables de que no tengamos lo que merecemos y de que no seamos lo felices que podríamos ser. ¿Cuánto de razón o sinrazón hay en ello?
Es cierto que las decisiones que resultaron no ser las más acertadas condicionan muchas facetas de nuestra vida. De hecho, lo que somos es producto tanto de lo que hicimos como de lo que dejamos de hacer, y nos afecta en lo académico, profesional y emocional. Es comprensible que en ciertas situaciones, que suelen coincidir con momentos de inestabilidad o de carencias emocionales, nos lamentemos por no haber adquirido habilidades concretas o por haber dejado escapar a aquella persona que tanto bien nos hacía. Sentirlo con cierta añoranza no es negativo, siempre que aceptemos nuestro presente y lo vivamos con agrado, no con resignación. Pero si no partimos de esa aceptación y andamos de continuo con la vista atrás pensando en lo que fue y en lo que pudo haber sido, tendremos que plantearnos si no estamos viviendo con asignaturas pendientes.
Al hablar de asignaturas pendientes nos referimos a situaciones del pasado cuya influencia en nuestra realidad cotidiana tendemos a magnificar. Vistas en la actualidad y con un sentimiento de fracaso, incapacidad e incluso de culpa, podemos idealizar lo que hubiera sido nuestra vida si no existieran, si hubiéramos sabido gestionar lo que ocurrió de manera diferente. Pero lo cierto es que no hay vuelta atrás y no sabemos, ni podremos saber, qué hubiera sido de nosotros y de nuestras vidas si nuestra asignatura pendiente no existiera.
En las asignaturas pendientes se mezclan sentimientos dolorosos, como la insatisfacción, la incapacidad personal, la irresponsabilidad, la falta de confianza, la exigencia perfeccionista, el victimismo, el miedo y la culpa. Se sostienen porque se parte de la falsa creencia de que cometer errores equivale a no valer. Las equivocaciones del pasado se toman, entonces, como fracasos personales y no como parte fundamental de todo aprendizaje, olvidando que sirven para percibir lo que no nos conviene o nos hace mal. Usarlas para maltratarnos y castigarnos, además de despojarlas de su utilidad, nos lleva a recaer en otro nuevo error: castigarnos.
Además, dependiendo de nuestro momento actual y de cuál sea nuestra asignatura pendiente quizá podamos reparar aquello que pensamos que hicimos equivocadamente, acometer lo que no hicimos, decir lo que no dijimos, aclarar malentendidos, pedir perdón o dar las gracias. Pero es importante hacerlo desde la idea de que nos va a procurar mayor felicidad y ahora es posible porque se ha aprendido del error del pasado. Hacerlo para llenar huecos y negar lo que fue es no vivir el presente.
Fernando Bermejo.
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