Todos los años por estas fechas diferentes emisoras de radio contactan conmigo para intervenir en algunos de sus programas en torno al tan traído y tan llevado síndrome postvacacional. La SER, Onda Cero…, el pasado año inclusive contaba con un microespacio en fines de semana en Canal Nou Radio, e indefectiblemente mi entrevistadora solicitó mis impresiones en torno a este problema. Nos encaminamos ya hacia el otoño (y precisamente hoy, un día lluvioso y feroz) he de indicarles que ninguna emisora me ha entrevistado sobre el síndrome postvacacional. Será que nosotros, afortunados trabajadores, con la crisis que está cayendo no nos podemos permitir el lujo de sufrir ninguna «depresión postvacacional» por respeto a los ciudadanos que tienen sobre sí la espada de Damocles del paro. He revisado lo publicado en algunos medios de comunicación sobre el particular y claramente no ha habido tanta profusión de artículos como en años pasados. Disfrutando ahora de un Blog propio, no voy a dejar pasar la oportunidad de dejar unas notas escritas sobre este particular síndrome. Quede dicho de entrada que el mal llamado «síndrome postvacacional» no tiene consistencia clínica desde un punto de vista psicopatológico. O dicho en román paladino: no existe. Hablar de síndrome en Psicología Clínica o en Medicina, implica considerar un determinado cuadro clínico o conjunto de síntomas bien definido, contrastado, presentado por un determinado trastorno. Pues aunque bien es cierto que algunos de ustedes, y yo mismo, podemos padecer de vuelta de vacaciones cierto malestar difuso, como dolor de cabeza, desánimo, irritabilidad, apatía, insomnio, tensión, nerviosismo…, e incluso los más sensibles, depresión, ansiedad, náuseas, taquicardias, sensación de ahogo, problemas estomacales, etc., no hemos de convenir que se trate de un trastorno ad hoc, ni de enfermedad alguna, ni por supuesto «síndrome», sino que más bien, como mortales que somos que gustamos de la holganza, el bienestar, la dicha vacacional, los viajes y la playa, el vernos de nuevo constreñidos al duro trabajo es inevitable que en cierto sentido tengamos ciertos problemas de adaptación laboral, y más si cabe por lo mal que nos organizamos los occidentales a la hora de disfrutar de nuestras vacaciones, que si las repartiéramos en el año sin concentrarlas en julio o agosto, no sufriríamos ni el uno por ciento de los síntomas considerados. Y lo dicho, que son síntomas comprensibles, pequeñas reacciones de nuestro propio organismo y nuestra psique, en este entorno competitivo en el que nos movemos; pasar del descanso y el goce, al trabajo duro implica un esfuerzo de adaptación para todos. Y es explicable por cambios en los ciclos de actividad, cambio en las comidas, reajustes personales, cambio social, percepción subjetiva de la vuelta al trabajo, expectativas negativas de convivencia con compañeros o jefes, reorganización de la casa, etc. Estos desajustes deberán ceder en muy pocos días. Si detectamos que estos «síntomas» permanecen, sí podremos tomarnos en serio el problema y consultar con un profesional (médico de cabecera o psicólogo clínico). Nos ayudará a superarlo, el reaprender los hábitos que abandonamos antes de irnos de vacaciones, realizar un esfuerzo adicional por ser más positivos en la valoración de nuestras expectativas de relación en el trabajo, programar algunos días libres antes de iniciar el curso laboral, utilizar alguna estrategia de relajación, compartir algunas horas con los amigos de siempre, y fundamentalmente, tomárnoslo «con filosofía». Recuerden amigos, lo que Voltaire nos dejó dicho con respecto al trabajo: «Es una forma de ganarse la vida; es el antídoto del ocio, origen de todos los vicios; y sobre todo, nos proporciona la oportunidad de ser útiles a la sociedad a la que pertenecemos». Alberto Bermejo. ¿Necesitas Ayuda? Entra en Tu psicólogo online y Tu psicólogo al teléfono. Estamos cerca de ti.
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